Recordó en una milésima de segundo el chirrido de las ruedas traseras y el barranco que había visto hacía apenas un respiro. Récordó que no iba conduciendo ella y volvió la cabeza llamándolo por su nombre. No estaba segura de si llevaba puesto el cinturón de seguridad... pero lo llevaba. Estaba pálido, inmóvil, mirando fijamente a la nada como si no lograra creer que aquello había pasado. ¿Qué había fallado?.
Al notar que ella reaccionaba, saltó con rapidez del vehículo, cruzando sobre el capó al otro lado donde intentó abrirle la puerta... y ella localizó su dolor: el pié derecho. Se había quedado aprisionado entre la puerta entreabierta y contra el suelo, el dolor iba aumentando, cortaba, y pronto fue incapaz de evitar gritar. Él, desesperado, se hería los dedos de ambas manos tratando de romper el cristal mientra la oía suplicar "que la sacara de allí".
Ya en la carretera, observaron el coche que era un amasijo de hierros entre los árboles y ella lloraba amargamente: Era su coche, su pié... El quiso abrazarla pero ella le rechazó con furia, culpándolo sin palabras bajo la lluvia fría de septiembre. Julio conducía siempre con una rueda en cada carril, velozmente, sin fijarse demasiado en cruces o curvas, le costaba arrimarse a la derecha. Pensó que pudieron haber muerto, pensó que no era culpa de nadie, pensó que no estaba siendo justa. (El estaba vivo y eso bastaba). Se cogieron de la mano para repartirse el miedo y él estuvo callado todo el trayecto al hospital, inseguro... culpable. La miró indeciso cuando ella desapareció tras una puerta cuyo rótulo rezaba "SCANNER" y aunque necesitaba llorar se negó ese deseo.
SE despertó en una fuerte aspiración de aire y lo vió sentado a su lado. Se miraron con cariño y sonrieron sin poder contenerse, olvidando las imaginarias culpas. Había dormido bastantes horas. Quizo abrazarlo pero él se sintió extrañamente incómodo, solo pasaba los dedos heridos por entre su larga melena y le decía como hablando a una tercera persona, que la habría echado de menos... pero que ella jamás sabría cuanto.
Al notar que ella reaccionaba, saltó con rapidez del vehículo, cruzando sobre el capó al otro lado donde intentó abrirle la puerta... y ella localizó su dolor: el pié derecho. Se había quedado aprisionado entre la puerta entreabierta y contra el suelo, el dolor iba aumentando, cortaba, y pronto fue incapaz de evitar gritar. Él, desesperado, se hería los dedos de ambas manos tratando de romper el cristal mientra la oía suplicar "que la sacara de allí".
Ya en la carretera, observaron el coche que era un amasijo de hierros entre los árboles y ella lloraba amargamente: Era su coche, su pié... El quiso abrazarla pero ella le rechazó con furia, culpándolo sin palabras bajo la lluvia fría de septiembre. Julio conducía siempre con una rueda en cada carril, velozmente, sin fijarse demasiado en cruces o curvas, le costaba arrimarse a la derecha. Pensó que pudieron haber muerto, pensó que no era culpa de nadie, pensó que no estaba siendo justa. (El estaba vivo y eso bastaba). Se cogieron de la mano para repartirse el miedo y él estuvo callado todo el trayecto al hospital, inseguro... culpable. La miró indeciso cuando ella desapareció tras una puerta cuyo rótulo rezaba "SCANNER" y aunque necesitaba llorar se negó ese deseo.
SE despertó en una fuerte aspiración de aire y lo vió sentado a su lado. Se miraron con cariño y sonrieron sin poder contenerse, olvidando las imaginarias culpas. Había dormido bastantes horas. Quizo abrazarlo pero él se sintió extrañamente incómodo, solo pasaba los dedos heridos por entre su larga melena y le decía como hablando a una tercera persona, que la habría echado de menos... pero que ella jamás sabría cuanto.
Y meses después, tras compaginarla un tiempo, la dejó por otra.
"Nunca entregues tu fé, a quien solo se ama asímismo"
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