Vacía... se fue caminando pueblo abajo sin rumbo, por los senderos muertos y olvidados de una tarde de otoño. Rumiaba despacio el tiempo y tenía en la garganta un acre sabor a nada. Sola, con una llaga incurable de enigmáticas voces que resonaban en aquel eco que era su pensamiento. Veía ausencia en todos lados. Todo le parecía del mismo color, ruin... Quiso ver el mar. Ojear el horizonte buscando algún arco iris que retase a la oscuridad de sus ojos. Sentía llena de pena, su vida como una lavadora vieja y oxidada que nadie quería. Pisó la arena en aquella tarde nublada de domingo, y todas aquellas piedras y conchas que a veces la entusiasmaron... no le inspiraron nada. Todas sus colegas, (que no amigas), estarían en sus casas preparándose para salir a sacar el mayor provecho de lo que quedaba del día... pero ella se siente náufraga, sumergida en lagunas perversas, donde avanzaba toda una legión de miedos... que atormentan. “Siempre soy el bicho raro que no vive como las demás”. Un latigazo de ruido la avisa de que va a llover. Observó que, efectivamente, a lo lejos corrían jinetes en sus caballos grises de bruma, y aún así, se escondió entre piedras para quedarse analizando el movimiento marino, deseando lanzarse en medio de las olas de plata. “Quiero huir, hacer un paréntesis, no pensar en nada”.
De niña siempre quería saber porqué su padre nunca jugaba con ella al llegar a casa, porqué siempre se la llevaba fuera. Porqué mamá no iba pero iban los amigos de papá... ni porqué era un secreto. Con el tiempo, cuando sus padres se separaron, llegó a olvidar que jugaba con los amigos de papá... o al menos, no recordaba del todo a qué. Cerró los ojos. Cada cosa de este mundo la miraba, pero ella no podía verlas. Solo veía... vacío. Apenas cerraba las pestañas cuando surgió de incógnito una secreta ansiedad que enseguida se volvió en lágrimas. Gotas que eran neblina y fuego.
- “Cuando debo llorar no puedo y ahora lloro... sin querer”.
El aullido de un perro le recordó que era hora de volver... a ninguna parte. Caminó poco a poco entre luciérnagas, parándose a observar algún murciélago que perseguía su cena. Al llegar al portal pensó que las palabras no servían de nada... nada bastaba nunca en aquella casa. Entró cuidándose de que nadie quitase su vista del televisor, y se encerró en su cuarto. El vecino gritaba y gritaba con aquella pobre mujer que siempre callaba, y la lluvia comenzó a resbalar sobre los tejados. Se miró al espejo, y no se espantó al ver un fantasma imaginario con la vista puesta en la eternidad. Entreabrió los labios queriendo sacar una sonrisa y solo salió una mueca que no se sabía muy bien qué quería decir. Quiso ir más allá de lo superficial sobre el espejo, mirarse en lo más profundo de la pupilas... y luego quiso retroceder al encontrarse con sombras extrañas que se sentaban y levantaban al sonido de un tic-tac en medio del crepúsculo. Encontró desconcierto, desprecio, incomprensión... y pensó que su mundo había muerto antes de llegar a nacer. De nuevo quiso buscar: A lo lejos, sobre la colina de un monte quemado, miles de hojas se pudrían arremolinándose en lo más algo de una especie de tornado que parecía aullar un solo sentimiento... Vacía...
De niña siempre quería saber porqué su padre nunca jugaba con ella al llegar a casa, porqué siempre se la llevaba fuera. Porqué mamá no iba pero iban los amigos de papá... ni porqué era un secreto. Con el tiempo, cuando sus padres se separaron, llegó a olvidar que jugaba con los amigos de papá... o al menos, no recordaba del todo a qué. Cerró los ojos. Cada cosa de este mundo la miraba, pero ella no podía verlas. Solo veía... vacío. Apenas cerraba las pestañas cuando surgió de incógnito una secreta ansiedad que enseguida se volvió en lágrimas. Gotas que eran neblina y fuego.
- “Cuando debo llorar no puedo y ahora lloro... sin querer”.
El aullido de un perro le recordó que era hora de volver... a ninguna parte. Caminó poco a poco entre luciérnagas, parándose a observar algún murciélago que perseguía su cena. Al llegar al portal pensó que las palabras no servían de nada... nada bastaba nunca en aquella casa. Entró cuidándose de que nadie quitase su vista del televisor, y se encerró en su cuarto. El vecino gritaba y gritaba con aquella pobre mujer que siempre callaba, y la lluvia comenzó a resbalar sobre los tejados. Se miró al espejo, y no se espantó al ver un fantasma imaginario con la vista puesta en la eternidad. Entreabrió los labios queriendo sacar una sonrisa y solo salió una mueca que no se sabía muy bien qué quería decir. Quiso ir más allá de lo superficial sobre el espejo, mirarse en lo más profundo de la pupilas... y luego quiso retroceder al encontrarse con sombras extrañas que se sentaban y levantaban al sonido de un tic-tac en medio del crepúsculo. Encontró desconcierto, desprecio, incomprensión... y pensó que su mundo había muerto antes de llegar a nacer. De nuevo quiso buscar: A lo lejos, sobre la colina de un monte quemado, miles de hojas se pudrían arremolinándose en lo más algo de una especie de tornado que parecía aullar un solo sentimiento... Vacía...
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